***Guía para escribir una Novela de Misterio.
SEGUNDA PARTE : PROFUNDIZANDO.
*LAS BASES:
Todos tenemos más o menos una idea de lo que significa "trama de misterio". Cualquier relato que nos proponga un acertijo en su planteamiento está basado en este modelo de trama misteriosa. Un acertijo es un juego de adivinación, a menudo provisto de una sorpresa en su resolución. Suele ser perspicaz, ingenioso y difícil de descubrir. Por lo tanto, el atractivo de esta trama reside en que despierta en el lector el deseo de superar un reto y a la vez supone un entretenimiento. El descubrimiento de la respuesta al acertijo proporciona además un placer intelectual en el lector.
El misterio debe poseer en su esencia una paradoja que exija una solución. Las cosas no son lo que parecen en la superficie. Las pistas se encuentran ocultas en el interior de las palabras, en los detalles. Y en la mejor tradición del misterio, la respuesta está a simple vista.
No es tan difícil si se conocen unas cuantas reglas básicas.
Elaborar una trama de misterio se parece al juego del “veo, veo…”. El objetivo del escritor es comunicar al lector, por medio de una serie de pistas, la información necesaria para la resolución del misterio. Sin embargo, las pistas serán parciales y ambiguas, de forma que una sola pista en sí misma no nos aporta demasiado. Las pistas no son siempre claras, y para encontrar la solución deben acumularse. Sólo una vez resuelto el misterio se advierte la base lógica que las sustenta.
Por supuesto, se ha de ser muy cuidadoso en la elaboración de las pistas, pues no han de contener soluciones claras u obvias. Si el lector alcanza la solución antes de que la novela llegue a su conclusión le supondrá una decepción. También hemos de tener cuidado de no dejar pistas falsas, es decir, pistas que en realidad son señuelos que no conducen a ninguna parte y que no tienen ninguna relación con la solución. El lector tampoco lo perdonará y se sentirá engañado. Lo cual no quiere decir que no podamos dejar pistas que se presten a una doble interpretación. El lector podrá interpretarlas erróneamente, pero una vez aclarado el misterio todo ha de cobrar su sentido correcto. A los lectores no les importará tomar el camino equivocado si notan que han interpretado mal las señales, pero sí se molestarán si descubren una señal falsa.
La elaboración de un misterio se basa, en gran media, en hacer que lo causal parezca casual. El mejor lugar para ocultar una pista es a la vista de todos.
Veamos ahora cómo hemos de estructurar la trama.
_ Primera fase: la presentación del misterio.
“Valle y Cáceres formaron parte en los noventa de un grupo de pop rock. Ensayaban juntos, tocaban juntos, se emborrachaban juntos. Llevan muchos años sin verse cuando se encuentran en un café. Allí charlan animadamente y recuerdan, entre risas, anécdotas del pasado. Después Valle le anuncia a su amigo que ha decidido matarlo y que lo hará pronto”
En esta trama se nos plantea un crimen por anticipado. La esencia del misterio consiste en saber si el protagonista matará a su amigo y qué motivos le llevarán a hacerlo. El planteamiento despierta toda nuestra curiosidad, queremos resolver el enigma.
Esta primera fase introduce los aspectos generales. Conocemos a la víctima y al asesino. Sabemos que se cometerá un crimen (de forma inversa a la clásica novela de misterio en cuyo inicio el crimen ya se ha cometido). Pero consumado o no, la perspectiva de un asesinato introduce un elemento que atrae poderosamente nuestra atención. El acertijo se presenta en su sentido más amplio. Aún no hemos profundizado en la caracterización de los personajes, pero conocemos lo suficiente de ellos (un par de amigos que rememoran recuerdos de su juventud) como para sentirnos identificados con ellos en cierta manera.
_ Segunda fase: los detalles.
Es el momento de desgranar los elementos de la historia. Mostramos los detalles acerca de los personajes, acerca de la naturaleza del misterio, y los esfuerzos de los personajes por resolver el enigma que se les plantea. Las pistas van aflorando a lo largo del camino. La historia del misterio posee dos historias en una: la historia de lo que sucedió y la historia de lo que parecía que había sucedido. La clave consiste en camuflar la información importante que describe lo que realmente sucedió para que parezca una parte natural de la acción. Solo cuando el lector conozca la resolución y miré atrás se dará cuenta de la importancia de las pistas que pasó por alto. Y para camuflar las pistas debemos crear un entorno adecuado (contexto) que sea acorde con la pista que se quiere mostrar y que ha de pasar desapercibida.
En la novela “El Alquimista impaciente” de Lorenzo Silva, se utiliza como arma de un crimen los residuos radiactivos de una central nuclear. La central nuclear forma parte del paisaje desde el principio de la novela. La víctima del crimen que motiva la investigación (diferente del asesinado mediante los residuos) trabaja en la central, y ese es el motivo de que se hable de ella con naturalidad. Se nos muestra su funcionamiento y a las personas que trabajan allí como una parte rutinaria de la investigación. La aparición de la central nuclear nos parece casual. El lector asume que si la víctima hubiese trabajado, por ejemplo, en un banco, serían las oficinas del banco y sus directivos los descritos como parte del contexto natural del relato. Y sin embargo, la existencia de la central nuclear resulta fundamental a la hora de desvelar el misterio del segundo asesinato y que por ende, conduce a resolver el primero. Si el autor no hubiese dedicado tiempo a describir la central, a hacerla formar parte del “paisaje” de la historia, su aparición en la última fase de la novela hubiese resultado brusca y forzada, dando la impresión de que el autor se saca un “conejo de la chistera” para la resolución del misterio.
_ Tercera fase: la resolución.
Las generalidades del misterio se han presentado en la primera fase, y sus detalles en la segunda, donde hemos dejado una serie de pistas camufladas en el contexto de la narración. Ahora es el momento de resolver el enigma. La respuesta debe hacer que encajen las partes generales y las particulares, como piezas de un rompecabezas. Individualmente, una pieza puede parecer poco importante o inofensiva, pero en realidad puede ser la clave para desentrañar la imagen completa.
*LOS DETALLES:
Por supuesto, las tres fases anteriores constituyen una línea narrativa básica que incluso nos puede resultar demasiado sencilla, pues ha sido utilizada hasta la saciedad en miles de novelas y relatos. No obstante la idea fundamental sigue funcionando, y podemos encontrar la estructura básica de la trama de misterio en la mayoría de las novelas (probablemente camuflada entre otra serie de tramas) como medio para captar nuestra atención desde el principio.
Además, las tramas de misterio se pueden anidar, combinando una dentro de otra, relacionándose entre sí, creando la impresión de una trama extremadamente enrevesada que con toda seguridad causará la admiración del lector hacia el autor por su capacidad de urdir un misterio complejo. Pero en realidad, el autor lo único que habrá hecho será disponer una serie de tramas simples de misterio y entrelazarlas entre sí utilizando elementos comunes. El truco para crear tramas sofisticadas consiste en elegir una o varias pistas y hacerlas pertenecer a dos o más tramas diferentes, lo cual producirá un notable efecto de complejidad.
Antes de comenzar a hablar sobre la creación de un personaje, quizás deberíamos empezar preguntándonos qué es un personaje. ¿En qué momento un puñado de palabras escritas en un trozo de papel se convierten en una persona "real", viva y humana? ¿Qué significa amar a un personaje de ficción, sentir que lo conoces? ¿Qué tipo de conocimiento es ese?
Existen muchas formas de crear, de mostrar o simplemente de esbozar un personaje en una narración. Puede tratarse de un personaje protagonista con el que convivimos a lo largo de toda la novela, o simplemente de un personaje secundario que asoma por unos instantes a la narración para cumplir una determinada función y desaparecer. No obstante, sea secundario o principal, protagonista o no, todo personaje creado correctamente deja en el lector una huella duradera.
Pero, ¿qué es un personaje? Podríamos decir que un personaje parece conectado a la conciencia, al uso de una mente, pero en seguida podemos encontrar muchos y soberbios ejemplos de personajes que parecen pensar muy poco.
Si intentásemos distinguir entre personajes mayores y menores, en términos de sutileza, profundidad o tiempo concedido en la página, podemos llevarnos la sorpresa de que muchos de los personajes considerados secundarios resultan en realidad mucho más vivos y más interesantes, aunque estén poco tiempo con nosotros, que los personajes redondos a los que se supone que se hallan supeditados.
Un personaje realmente logrado debe de poseer _al menos_ una cualidad, rasgo o sentimiento, con el que todos podamos identificarnos y que bien podamos reconocer en nosotros mismos, o llegar a descubrir en nosotros o en otros a través del personaje.
Un personaje resulta más conseguido en la medida en que nos invite a depositar parte de nuestra identidad personal en él durante el tiempo que dura la experiencia de la lectura. De esta forma, un personaje tendrá más o menos éxito, resultará más o menos universal, en la medida en que tenga cualidades, emociones y motivaciones que todos hayamos experimentado en uno u otro momento de la vida: la venganza, el enojo, la lujuria, la competitividad, la territorialidad, el patriotismo, el idealismo, el cinismo o la desesperación.
Pero los personajes también deben ser personas únicas, y no criaturas estereotipadas o predecibles y sin defectos. Necesitan buenas dosis por igual de originalidad y universalidad. Un personaje real, como cualquier persona real, no es un simple rasgo, sino una combinación única de muchas pulsiones y cualidades, siendo así que algunas de ellas puedan entrar en conflicto. Y cuanto mayor sea el conflicto, mejor. Un personaje que evidencia una combinación única de impulsos contradictorios, tales como la confianza y la sospecha o la lealtad y la mentira, siempre parecerá más realista y humano que uno que solo muestre un rasgo de su carácter.
Decíamos que un personaje se convierte en real cuando nos muestra un sentimiento, idea o cualidad que podemos reconocer en nosotros mismos. Partiendo de esta idea, si mostramos a nuestro personaje sintiendo miedo, amor, odio, celos o cualquier otro sentimiento básico, sin duda nos podrá parecer vivo durante un breve instante, pero no será más que un personaje plano que olvidaremos en cuanto pasemos la página o cerremos el libro. Pensemos por un momento en aquellos personajes de novela que perduran en nuestro recuerdo incluso largo tiempo después de haberla leído. ¿Qué les diferencia entonces de otros que cayeron inmediatamente en el olvido? ¡NADA!
Desde un punto de vista meramente técnico nada les diferencia del resto, salvo que nos ayudaron a descubrir algo en nosotros mismos de lo que no éramos conscientes hasta que pudimos identificarnos con ese sentimiento precisamente a través de ellos.
Ese es el verdadero milagro del autor: dotar a su personaje de un rasgo psicológico lo suficientemente profundo como para que no esté al alcance de la vista de cualquiera, pero que reconocemos en nosotros mismos en cuanto nos lo ponen delante.
No hay nada más difícil que la puesta en escena de un personaje de ficción. Es común que los escritores poco experimentados se esfuercen por presentar a sus personajes mediante una enumeración más o menos extensa de sus características físicas: la fisionomía de su rostro, la ropa que llevan, la expresión de su cara, y todos aquellos rasgos que, en su opinión, describen el carácter del personaje. Incluso podemos encontrarnos con una descripción de sus sentimientos, de sus emociones, de sus deseos o miedos. Tal vez el autor piense que, cuanto más extensa y más compleja sea la descripción, mejor conoceremos al personaje. Se equivoca. Lo único que habrá conseguido es que lo olvidemos todo en cuanto nuestra atención recaiga sobre el siguiente objeto de interés de la novela.
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo lograr que el lector conozca en el acto a nuestro personaje y se interese por él sin aburrirle con una larga lista de detalles? La forma de identificar una mala descripción de un personaje es visualizar en nuestra mente lo que vemos al leerla. Si la imagen se parece a una fotografía estática, por muy detallada y rica que sea, vamos por el camino equivocado.
El mecanismo efectivo, consiste en poner en movimiento el retrato estático. Mantener al personaje en marcha desde el primer momento que entra en escena. No es necesario comenzar con una soporífera descripción de su apariencia. Podemos saber mucho de un personaje por la forma que tiene de hablar, por sus gestos, por su actitud frente al mundo.
Toda novela se sustenta en tres aspectos que conforman un todo, si bien por motivos didácticos se suelen analizar por separado. Estos son:
* El argumento, tema o idea. Se trata de ese relámpago creativo que parece iluminar la novela, la idea principal, o el conjunto de ideas, sobre el que sustentamos la historia.
* Los personajes. Son aquellas personas de ficción que, por medio de sus actos, ilustrarán el argumento o idea. Esencialmente, los personajes surgen en la mente del escritor del mismo modo que surgen los argumentos.
* La trama. Se trata de los actos que realizan los personajes debido a sus motivaciones, a las relaciones y contactos que mantienen entre sí y a las fricciones que surgen de dichos contactos. También puede venir provocada por los propios conflictos internos del personaje o por situaciones del mundo exterior.
Así que tenemos una idea para una novela. Urdimos una escena inicial que nos parece muy adecuada para comenzar la historia. Tenemos unos personajes que ponemos en movimiento en esos primeros compases del relato, que parecen cobrar vida. De acuerdo. Y ahora, ¿por dónde seguir? Algunos escritores nos encontramos con esos confusos momentos en los que la novela tiene una cierta entidad abstracta en nuestra cabeza y nos resulta desalentadoramente difícil materializarla en un papel. Cada vez que planteamos una situación nos genera una serie de interrogantes sobre como resolverla. Luego la enfocamos de otra manera, pero cada vez que abordamos un cabo suelto encontramos que, simplemente, plantea más interrogantes…, y así sucesivamente hasta caer en un ataque de nervios. De manera que necesitamos una herramienta para tomar un atajo en esta confusa fase inicial.
En definitiva, el escollo lo encontramos al tratar de crear la trama detallada, al intentar construir un esbozo cronológico y secuencial que haga que el argumento impregne los actos de los personajes, y viceversa. El objetivo: conducir a los personajes desde el principio al final del relato.
Existe una regla fundamental que nunca debemos perder de vista, esto es, que el relato debe fluír según el siguiente orden:
Idea -> Personajes -> Trama generada por los personajes -> Desarrollo y pormenores de la trama que expresan la idea.
En realidad, los tres aspectos avanzan simultáneamente, con pausas y comienzos para hacer ajustes en uno de ellos al objeto de avanzar, o para potenciar cualquiera de los otros. Sin embargo, el orden de importancia debe ser siempre: idea, personajes, trama inspirada por los personajes y pormenores de la trama.
Esto significa que siempre se deben crear los pormenores de la trama (la secuencia cronológica de acontecimientos) después de haber dado vida a los personajes. En realidad, la trama, todo lo que suceda en la novela, debe fluir de forma natural del personaje. No obstante, existen casos en los que la trama no fluye del personaje, sino que éstos son arrastrados por los acontecimientos, de un lugar a otro, sin que su carácter, sus decisiones o sus motivaciones influyan lo más mínimo en los sucesos en los que se ven involucrados. Este tipo de tramas constituyen lo que suele conocerse como novela de aventuras. Pero incluso en las novelas de aventuras, al menos aquellas que alcanzan cierta altura literaria, los personajes tienen algo que decir, son dueños de sus actos y empujan en cierto sentido a la trama hacia su resolución.
Dicho de otra forma, podemos caer en la tentación de desarrollar primero la trama y luego simplemente poblarla con los personajes, pensados expresamente para la ejecución de la misma. Sin embargo esto no funcionará. Lo único que obtendremos será una trama vacía y unos personajes de cartón piedra, muy poco creíbles. Sólo dando prioridad a los personajes la novela elevará su nivel y se convertirá en una obra de arte, en literatura.
Dicho lo anterior, seguimos teniendo la necesidad de expresar nuestras ideas de una forma progresiva y lógica, relacionando a los personajes entre sí y propiciando que éstos avancen en la dirección que, como escritores y dueños de la historia, queremos conducirlos. Los pormenores de la trama. Y es aquí donde con frecuencia podemos caer en la confusión y en la desesperación. Afortunadamente, existen algunas herramientas para ayudarnos.
El acontecimiento y el mensaje. Éstos son los dos instrumentos más importantes para crear los pormenores de la trama. Un acontecimiento es algo que le ocurre a un personaje, externa o internamente, en el mundo real y objetivo, o subjetivamente en su mente. Toda narración consta de una serie de acontecimientos. Por su parte, el mensaje es la tesis o idea que, como escritores, queremos comunicar. En ambos casos, se trata de concebir hechos que ilustren nuestra idea. Es decir, los hechos narrados deben determinar circunstancias que permitan a su personaje hacer una observación que exprese su tesis.
Es probable que imaginemos un gran número de éstos acontecimientos. O que una escena especialmente intensa o interesante venga a nuestra mente de repente. Las escenas se nos pueden ocurrir sobre la marcha, en cualquier fase del desarrollo de la novela, y no necesariamente tienen por qué encajar con el instante temporal que estamos escribiendo en ese momento. En ocasiones ni siquiera sabremos dónde encajarlas. Para no olvidarlas es útil anotar cada una de ellas en fichas, de forma que podamos recurrir a ellas después. Bastará con un párrafo y un sucinto texto descriptivo.
En un principio no debemos preocuparnos del orden de los acontecimientos, simplemente dejaremos volar nuestra imaginación y anotaremos todos los acontecimientos que surjan en nuestra mente al pensar en nuestros personajes y en el mensaje que queremos mostrar en la novela. Disponer de una serie de escenas esbozadas de antemano nos ayudará enormemente a avanzar en la narración y a evitar quedarnos estancados. Será más tarde, en el transcurrir de la historia, cuando hagamos uso de éstos acontecimientos según vayamos necesitándolos. En realidad, serán nuestros personajes y sus motivaciones quienes avancen de forma natural hacia estos acontecimientos.
Uno de los elementos indispensables en toda novela es la existencia de conflictos. Los conflictos afectan a nuestros personajes, crecen y se realimentan a lo largo de la trama, provocando que aumente la tensión. Iniciamos con éste una serie de artículos donde trataremos de explicar qué entendemos por conflicto en una narración, cuales son los mecanismos para crear tensión y cómo utilizarla para el correcto desarrollo de una historia.
Comencemos apuntando que el concepto de tensión narrativa está íntimamente ligado a la trama (entendiéndose la idea de trama tal y como se expuso en un artículo anterior). Hasta tal punto es así que podemos afirmar que sin tensión no hay trama. Sin tensión obtendremos una historia plana que probablemente resultará aburrida.
Para ilustrarlo consideremos una trama romántica: Chico conoce a chica. Chico le pide a chica que se casen. Chica acepta. ¿Ya está? Por mucho que adornemos la historia, por muchos trucos y recursos estilísticos que apliquemos en la prosa, no tendremos nada. Si reflexionamos sobre cómo se desarrolla cualquier historia romántica que hayamos leído nos daremos cuenta de que en seguida el autor se apresura a mostrar toda una serie de dificultades que impidan el objetivo de los protagonistas. El ejemplo clásico lo tenemos en la historia de Romeo y Julieta, paradigma de la trama romántica. En este caso, la tensión proviene del exterior. Son las familias de los enamorados los que impiden la relación y contra los cuales la pareja deberá luchar. Pero en realidad la historia resulta más interesante cuando la tensión surge del interior de los personajes: por ejemplo, la chica se enamora, pero sus miedos e inseguridades le impiden comprometerse en una relación duradera, o esconde algún secreto de su pasado y teme que si el chico lo descubre la pueda rechazar, etc. Las posibilidades son tan numerosas como lo son las motivaciones y los sentimientos humanos. Es el autor quien decide qué historia quiere contar, qué tipo de problemática concreta desea mostrar. Mediante la trama el autor examina el interior de la naturaleza humana y las relaciones entre las personas.
La tensión se crea mediante la oposición de dos fuerzas. Frente al deseo del peronaje de alcanzar un objetivo se contrapone una fuerza antagónica que intenta frustrar sus intenciones. Como veíamos en el ejemplo anterior, este antagonista puede ser externo (bajo la apariencia de una persona, lugar o cosa: un enemigo, un rival un competidor, las fuerzas de la naturaleza, etc.) o podemos tener un antagonista interno que se encuentra dentro del carácter del personaje (una duda, un miedo, un defecto, etc.) que le impide alcanzar lo que desea.
Las tensiones externas pueden darnos una serie de empujones que nos sirvan para desarrollar la historia, pero son insuficientes. Las malas novelas están construídas mediante una sucesión de tensiones externas que el protagonista se apaña para superar. Si el escritor es hábil la lectura puede resultar entretenida, e incluso adictiva (ya que el autor suele dejar en suspenso la resolución de un conflicto para presentar el inicio de otro nuevo en un capítulo diferente), pero la lectura de semejante trama nos acabará dejando un poso de vacío, la sensación de que la novela no tiene un contenido real.
¿Cómo crear estructuras de tensión profunda convincentes?
El mejor conflicto que podemos presentar es aquel que no tiene una resolución evidente, en términos de lo moralmente aceptable o no. La tensión profunda surgirá con fuerza en la novela cuando venga dada por situaciones imposibles, situaciones donde no exista certeza entre lo bueno y lo malo, donde no haya un ganador y un perdedor claros. Esta es la auténtica fuente de toda literatura.
Por lo tanto, el autor debe esforzarse en mostrar a los personajes antagonistas (o las motivaciones internas si se trata de conflictos internos) dándoles igualdad de oportunidades. Tolstoi expresó la idea perfectamente: “Los mejores relatos no proceden de la oposición bueno-contra-malo, sino de bueno-contra-bueno”.
Los argumentos opuestos derivan de una situación irreconciliable. La tensión aumenta cuando no existe una respuesta definitiva ante un problema, tan solo soluciones temporales, precarias, que pueden funcionar en unas determinadas circunstancias durante un tiempo determinado, pero no para siempre. Todos hemos conocido e incluso vivido en primera persona situaciones en las que hacer lo correcto era obviamente lo peor posible, y situaciones donde hacer lo incorrecto era lo obviamente acertado. Hemos de observar atentamente los dilemas y olvidarnos de las soluciones fáciles.
Quizás éste es el mayor descubrimiento que un escritor novel debe hacer durante el proceso de aprendizaje de los mecanismos internos de la ficción: las buenas novelas no han sido escritas, sino reescritas.
Comprender el proceso de creación de una novela no es fácil. La dificultad podría compararse a la de tratar de entender como funciona internamente un ordenador a base de observar lo que nos muestra en la pantalla y su respuesta ante el usuario. Una buena novela transmite una sensación de fluidez al leerla: el tiempo avanza en sincronía con nuestro propio tiempo subjetivo de lector; los personajes evolucionan; los acontecimientos se suceden con naturalidad de forma lógica. Existe una causalidad en todos los actos y motivaciones. Las descripciones de lugares y paisajes, las sensaciones que nos evocan, los diálogos de los personajes y sus actos, los sucesos que se relatan, las palabras elegidas en cada momento, el ritmo de las frases, el tono del narrador, las figuras literarias, y un largo etcétera, constituyen un todo entrelazado donde cada parte se relaciona, depende y ha sido concebida en función de las demás, careciendo de sentido o significado pleno por sí sola. Es ingenuo pensar que un novelista puede lograr la conjunción perfecta de todas las piezas de una forma espontánea, que una obra de arte compleja es solamente fruto de la inspiración instantánea.
La dificultad para comprender el proceso de creación de una novela radica precisamente en que, cuando está acabada, el laborioso proceso de creación queda necesariamente oculto. La impresión de fluidez que nos transmite hace pensar que fue escrita de la misma forma, al mismo ritmo que las estamos leyendo. Nada más lejos de la realidad.
Un escritor profesional que trabaja de forma exclusiva en una novela le dedica, de media, entre ocho y diez horas diarias de trabajo. El periodo de tiempo total que tarda en escribirla suele variar entre unos cuantos meses y varios años, dependiendo básicamente de la extensión y de la complejidad de las tramas que desarrolle. Un escritor que dedique jornadas de ocho horas a su trabajo puede tener un primer borrador de su obra en un mes aproximadamente. Un borrador completo significa la redacción de la novela de principio a fin. Si consideramos que a partir de aquí se pueden tardar años hasta que la obra esté completamente finalizada, podemos empezar a hacernos una idea de lo que significa realmente el proceso de escribir una novela.
Reescribir no consiste en corregir. Ese es un error común del aprendiz que da sus primeros pasos: escribimos nuestra novela de un tirón, poniendo todo nuestro empeño, esfuerzo e imaginación, y al finalizar esta primera redacción creemos que ya hemos realizado la labor principal. A continuación pensamos que solo resta la ingrata tarea de corregir los errores de escritura: revisar el texto palabra por palabra, arreglando frases o palabras aisladas, pensando: esto no suena bien, esto es incorrecto; incorporando algún que otro detalle… Este enfoque es totalmente erróneo. Un escritor profesional (alguien que escribe novelas que son publicadas) aborda el proceso de reescritura como una parte más del proceso creativo. La revisión sirve para mejorar globalmente el texto. Afecta a fragmentos extensos de texto, a las ideas principales y a la mismísima estructura. Un escritor profesional tiene objetivos concretos y una imagen clara de cómo quiere que sea la narración. Durante la revisión, compara esa imagen con el texto real y actúa en consecuencia.
¡YA ESTÁ! Acabé, ahora os toca a vosotros.
"¡Tripas de Feetal! El Hombre habla y los demás escuchan. Este es un blog libre _para mí, claro_, donde puto-diserto a mis anchas de todo lo que me puto-interesa y debe de interesar a la rajada Humanidad si tiene ganas de seguir existiendo (no soy racista, la exterminaré sin discriminar etnia, raza o religión alguna). Antes de hacer alguna rajada tontería y dejar de leer esto, yo de vosotros me puto-aguantaba el pis y seguía leyendo. ¡Santa Rajada!" Atentamente: El Sr. Lobo, Alias "El Hombre"
19 oct 2010
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Buen post, me encanto. Soy escritor y creo que estas muy acertado en cada una de tus opiniones. Saludos!
ResponderEliminarpvargas17
Doblemente halagado, de verdad. Primero, por leerlo (es muy largo de terminar si has leído los dos post que conforman este artículo) y segundo, porque si eres escritor y me das tu bendición, es que realmente lo he hecho bien. Yo soy más lector que escritor, pero he escrito una docena de relatos cortos que no me atrevo a publicar. Tal vez cuando muera, jejeje.
ResponderEliminarsimplemente quiero aprender a escribir una novela de misterio :S los trucos y consejos estan muy bien pero por donde deberia empezar?
ResponderEliminarPrimero necesitas un asesinato (o serie de asesinatos) o un gran robo (ídem) que resulten inexplicables. Imagínalo y resuélvelo. A partir de ahí, crea pistas o deja caer detalles a lo largo de tu historia. Busca también un protagonista: puede ser hombre o mujer, clásico o atípico, pero que nadie que lo lea diga "es Sherlock Holmes/Hércules Poirot/Humphrey Bogart/A.X.L. Pendergast... etc"
ResponderEliminartienes razon son buenos tips.. pero yo que tu cambiaba el tipo de letra, se complica leerte.. jejeje
ResponderEliminarme encantan y me están sirviendo de mucho, pero estoy de acuerdo con serginho el fondo y la letra hace doler un poco la vista, muchas gracias por tus consejos yo estoy comenzando una historia pero se me hace dificil por el lenguaje porque hablo y escribo gallego y aunque tambien hablo castellano en galicia usamos palabras en gallego mezcladas con español y me cuesta dar con las palabras correctas.
ResponderEliminarPor personas como tú recobro mi fe en la humanidad, gracias por compartir tus valiosos conocimientos con todos :)
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